Te voy a describir  cuatro procesos o prácticas que generan un buen funcionamiento en comunidades sin estructuras jerárquicas tradicionales. Todas estas palabras son solo una invitación para que practiques estos procesos. Leerlas, entenderlas, no es suficiente para que las aprendas. Necesitas practicarlas varias veces y, luego, hacer de ellas tu forma de vida.

En el sistema patriarcal el conflicto es esencial, es algo necesario. De  los conflictos deriva la posibilidad de aplastar y dominar a los demás. Las herramientas son desde la guerra hasta el debate: en el cual solo uno tiene la razón a la vez, el que se impone y todos los demás somos tontos y tenemos que someternos. Pero. . .¿Que es un conflicto?

         Para mi, un conflicto es una relación humana fallida. Cuando la relación no falla, no hay conflicto. Todo fluye. Y. . .¿Por qué falla la relación? ¿Cuándo falla? ¿Qué es lo que falla?

         La falla en la relación humana es en su estructura.

         Las relaciones humanas se basan en la conversación y para que funcione se necesitan turnos. Una persona habla y la otra se calla. Luego la que habló se calla, escucha, y la otra habla. A esto Robert Dilts, el más prolífico autor de Programación Neurolingüística le llama: estar uno arriba (cuando la persona habla) y estar uno abajo (cuando la persona se calla).

         En los conflictos humanos las personas quieren estar uno arriba al mismo tiempo. Una habla y la otra lo hace más fuerte; la primero que habló grita y luego la otra grita más; luego se empujan, se pegan, se apuñalan, se disparan.

         Un conflicto se empieza a disolver cuando alguna de las personas, o un tercera que las ayuda, se pone uno abajo y escucha sin interrumpir. Se queda en la conversación del otro

1º La conversación colaborativa una a una es una forma de que convivas con otras personas en armonía.

Esta manera de conversar genera cambios profundos y sorprendentes en las personas. 

Se trata de que te quedes en la conversación de la otra persona. No solo de que la escuches. No puedes decir nada que la otra no haya dicho. No opinas. Solamente escuchas con el cien por ciento de tu atención.

El objetivo de esta conversación es que comprendas a la otra persona. No se trata de que estés de acuerdo, sino de que la entiendas.

Cuando surge un conflicto es que dos personas quieren estar uno arriba al mismo tiempo, se dejan de escuchar y nunca se tratan de comprender.

Para disolver el conflicto es necesario que alguna de las partes, o un tercero, se ponga uno abajo y escuche. El objetivo es comprender a la otra persona para poder llegar a acuerdos.

Esto no significa que tu percibas como la otra persona, ni que tengas que cambiar tu percepción (aunque en la práctica empieza a cambiar, se hace más amplia porque conoces la percepción de la otra). Cuando tu sabes como percibe la otra persona, se empiezan a abrir nuevos espacios de convivencia.

 Este proceso se inicia cuando una persona se pone uno abajo y hace una pregunta abierta, para tratar de comprender: ¿Qué pasó? ¿Qué está pasando? ¿Qué ves? ¿Qué sientes? 

Las preguntas abiertas no se pueden contestar con un si o un no. Con una pregunta cerrada la conversación se agota con la respuesta. Si te pregunto: ¿Te gusta el helado de vainilla? Tu me contestas si o no y la conversación se cerró. Si en cambio te pregunto: ¿Qué te gusta? Abrí un espacio sin límites. Me puedes hablar de comida, de ropa, de deportes, de cómo vives, etcétera. Las preguntas abiertas se forman con dos o tres palabras. A veces con una letra: ¿Y? Abren posibilidades donde parece que no las hay.

No hay una fórmula concreta para hacer preguntas abiertas. Va a depender de las circunstacias de cada caso: ¿Qué pasó? ¿Qué necesitas? ¿Qué esperas? ¿Cómo estás? que es una forma de saludar, cuando se plantea como pregunta para ser respondida lleva a conversaciones profundas.

Una vez que hiciste la pregunta abierta escuchas con toda tu atención, sin interrumpir, sin límite de tiempo. Solo escuchas. Se vale interrumpir sí y solo si, no entiendes algo: el significado de una palabra, una ciscunstancia, quieres precisar un dato. Y entonces haces la pregunta específica y puede ser cerrada: ¿Cuándo fue? ¿Quienes estaban? Etcétera. Hay que tener mucho cuidado y estar seguras de que estamos haciendo preguntas para profundizar, para informarmos más, porque sobre todo cuando recien empezamos a aprender a conversar colaborativamente,  hacemos preguntas “para informarnos” que implican crítica: ¿Y entonces no te diste cuenta que me estabas lastimando? Solo podemos preguntar lo que realmente no entendimos, sin críticas.

Cuando la persona termina de hablar, le devolvemos su conversación con lenguaje tentativo. Es decir, hacemos una síntesis de lo que nos dijo pero con lenguaje tentativo.

Para que puedas delvolver la conversación con mayor precisión, puedes pedir permiso a la persona de tomar nota, cuando inicies la conversación. Si te lo da escribes, si te lo niega no lo haces.

Hacer la síntesis con lenguaje tentativo abre posibilidades: si te equivocas al devolver la conversación, puedes corregir sin que esto escale el conflicto; si la persona cambió de opinión y dice que no dijo lo que dijo, tiene espacio para responder de otra manera. Que alguien diga que no dijo lo que dijo, significa que el conflicto se ha empezado a disolver. La persona cambió su discurso inicial al escucharlo de nuevo en la síntesis que le hiciste.

Devolver la conversación con lenguaje tentativo es decir por ejemplo: Dejame ver si te entendí . . . y haces la síntesis de su conversación; Lo que yo entendí. . . Déjame ver si entendí. . .

Hubo un cómico mexicano llamado Capulina que cada vez que se ponía nervioso o no sabía cómo salir de algun enredo usaba, una tras otra, frases de lenguje tentativo: yo no se, tal vez, puede ser, a lo mejor, quizá. Iniciar la devolución de la conversación con este tipo de palabras abre el espacio para que te puedas equivocar y/o para que la otra persona cambie de opinión.

Si la persona dice que no dijo eso, no importa si te equivocaste tu ó si ella cambió de opinión. Le preguntas entonces qué dijo y la vuelves a escuchar con el cien por ciento de tu atención. Al final de su conversación dices: Déjame ver si ahora si te entendí. . .y le devuelves su conversación.

Cuando la persona afirma que eso es lo que dijo se da un cambio muy profundo, ahora tanto tu como la otra persona narran igual lo que percibió, ya la comprendiste. Ya sabes cómo percibe, aunque tu sigas percibiendo diferente. Y se empiezan a abrir nuevas posibilidades.

Ahora puedes hacer otra pregunta abierta. No puedes saber de antemano cuál va a ser. Deriva de la misma conversación. Algunas veces cuando al inicio pregunto: ¿Qué está pasando? La siguiente pregunta es: ¿Y ahora qué hacemos? Tu vas a saber cuál es la siguiente pregunta una vez que los dos narren igual la respuesta a la primera.

En mi experiencia personal hago solo tres preguntas abiertas y el conflicto se disuelve.  He hecho cuatro preguntas. Y una sola vez cinco.

Esta es una descripción breve y mecánica del proceso de conversar uno a uno. Para aprender a hacerlo tienes que vivirlo, tienes que practicarlo. Te invito a que converses de esta manera con alguien muy cercana a ti: familiar, amistad, compañera de trabajo, etcétera. No tiene que haber un conflicto. Va a ser una gran experiencia.

Cuando te quedas en la conversación de alguien le estás diciendo: te acepto, te acepto, te acepto. Y lo que nutre emocionalmente a las personas es la aceptación de las demás. Cuando en lugar de quedarte en la conversación empiezas a opinar y hasta a criticar, le estás diciendo a la persona: no te acepto.

Durante mi formación en terapia colaborativa estuve varios años, en el grupo de “Las sabias” supervisado por Elena Fernández –excelente terapeuta, persona bondadosa, compasiva y sabia- y en alguna ocasión escuchamos a una persona con varios doctorados en filosofía y teología que decía que hablaba con Dios. Los distintos pasiquiátras y psicólogos que la había visto trataron de quitarle esa “manía” con diferentes métodos sin lograrlo. La persona estaba cada vez angustiada. Nosotras solo nos quedamos en su conversación, la escuchamos, le hicimos preguntas abiertas y específicas cuando no entendíamos algo. Se fue muy reconfortada y nosotras nos quedamos muy contentas con la profunda experiencia que nos compartió. 

La verdadera manía de los seres humanos es la de cuestionar las vivencias, creencias y pensamientos de los demás. 

La terapia colaborativa se originó en Galveston, Texas en un grupo de terapeutas familiares encabezados por Harlene Anderson y Harry Goolishan.[1]

Conversación colaborativa parte del hecho de que todos percibimos diferente, como lo demostró Humberto Maturana con sus investigaciones acerca del ojo humano[2]. Maturana demostró que el ojo humano no ve lo que nosotros vemos. Los estímulos de luz que percibe el ojo se mezclan y son interpretados por la información guardada en nuestro cerebro. Podemos ver un objeto de reojo, por ejemplo un barco, y recrearlo completo gracias a nuestro cerebro, aunque nuestro ojo solo percibe una parte de él.

Lo que cada persona percibe está determinado por su biología: su capacidad visual, auditiva, olfativa, gustativa etcétera; así como por sus experiencias de vida. Si una persona ha sido muy golpeada desde niña, la cercanía de una mano le produce miedo; mientras que para otra persona la mano significa caricias, por su experiencia de vida llena de amor.

Como todos percibimos diferente, para que nos comprendamos es necesario que nos escuchemos, que nos quedemos en nuestras conversaciones por turnos.


[1] Si quieres saber más de esta terapia puedes leer Conversación, lenguaje y posibilidades, de Harlene Anderson, publicado por Amorrortu.

[2] Si quieres saber más de este tema lee el libro El árbol del conocimiento de Humberto Maturana et al, publicado por Editorial Debate.

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